miércoles, 25 de enero de 2017

El Espíritu Santo: soplo de vida

tomado de: https://palabrasconmiel.wordpress.com/simbolos/viento/ El Espíritu Santo: soplo de vida Una de las formas en que el Espíritu Santo aparece en la Biblia es con el símbolo del soplo o el aliento. Desde la primera página del Génesis, se habla de ese soplo de Dios que sobrevolaba las aguas y el caos original: La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas (Gén 1,2). Ese soplo divino fue poniendo orden y vida, y así surgió la creación que superó el caos. La palabra soplo también se podría traducir como “aliento”. Pensemos cuánto significado tiene esta expresión para nosotros, por ejemplo cuando decimos que alguien “nos da aliento” o incluso en el deporte cuando hablamos de alentar a un equipo. Esa es la imagen que la Biblia nos da del Espíritu Santo: el que nos alienta, nos anima, y con su fuerza nos empuja y nos conduce. Cuando Jesús Resucitado se aparece en medio de su comunidad, el gesto que hace sobre ellos es darles ese soplo de vida: Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: – «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: – «Reciban el Espíritu Santo». (Jn 20,20-22) Con su Espíritu, con ese soplo que trae la renovación y la fuerza de la Resurrección, Jesús nos alienta. Nos da de su propio aire y nos hace respirar en esta nueva vida de resucitados. Como el aire de la respiración, también el Espíritu Santo actúa renovando desde adentro, llenando cada espacio de nuestro ser, y llevándose con su soplo todo lo que no sirve, lo tóxico, lo que impide la vida. Celebrar Pentecostés es “renovar el aire” y dejarnos alentar e impulsar por el Espíritu de Dios que da vida. Contenido del programa Destellos Cotidianos, Radio María Argentina, a cargo de la Prof. María Gloria Ladislao. La respiración Cuando respiramos, el aire penetra por la nariz, pasa por el conducto nasal, atraviesa la faringe, llega a la laringe, a la tráquea, a los bronquios, y por último, a los alvéolos pulmonares. Es aquí donde se realiza el intercambio gaseoso: se toma oxígeno que luego viajará por las arterias, y se expele el exceso de oxígeno junto con el dióxido de carbono, producto de los procesos vitales. Respirar es para el hombre una necesidad y un misterio. Vemos en esta función el secreto de la vida. Por eso diversas religiones han visto en el aire y la respiración un símbolo de la energía creadora y reparadora, donde el ser humano descubre la reserva inagotable de su propia existencia. El aire se asocia, básicamente, a tres factores: el espacio como ámbito de movimiento y de generación de procesos vitales; el viento, que en muchas narraciones míticas aparece fuertemente ligado a la idea de creación; y el hálito vital que posibilita la existencia y la palabra. Diógenes de Apolonia, filósofo griego presocrático (c.460 a.C.) declaró que el aire, la fuerza primera, poseía inteligencia: “el aire, como origen de todas las cosas, es necesariamente eterno, una sustancia imperecedera, pero como alma está necesariamente dotado de consciencia”. Mito guaraní de la creación: Mientras nuestro Primer Padre creaba, en el curso de su evolución, su divino cuerpo existía en medio de los vientos primigenios: antes de haber concebido su futura morada terrenal. Para los yoguis, prana es la energía que sustenta el universo. Es el aliento, el soplo del Ser Supremo que nos permite vivir. Hay que hacer ejercicios de inspiración y de espiración profunda, lenta y ritmada. Entonces “se abre el velo que cubre la luz y la mente está preparada para la concentración”. La respiración se denomina pranayama. En el Antiguo Testamento El hálito de vida o respiración es nefesh. Neshamá significa “ser viviente” (ser con respiración): Génesis 2,7 Los salmos invitan a que toda Neshamá, es decir, todo ser viviente, alabe al Señor: Salmo 150. El soplo de Dios también aparece nombrado como ruaj. Este soplo levanta y da vida a los huesos muertos, según la profecía de Ezequiel cap. 37. En el Nuevo Testamento EVANGELIO del domingo 27 de mayo de 2012, Pentecostés Jn 20, 19-23 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. “[En el Evangelio según San Juan] la primera aparición del Señor resucitado a los discípulos está narrada en Jn 20,19-23. El autor incluye en el comienzo la nota cronológica: “el primer día de la semana”, posiblemente por la referencia litúrgica que este día ya tenía para los primeros cristianos. Pero también porque el primer día de la semana es el recuerdo del comienzo de la creación. (…) En ese contexto, el autor introduce la donación del Espíritu. Comienza con las palabras del envío de los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Los que hasta ese momento eran llamados discípulos se convierten en apóstoles, enviados. El Enviado del Padre es por antonomasia el mismo Jesucristo. Con palabras solemnes, Jesús los constituye enviados de una manera semejante a la que El tiene como enviado del Padre: “Como el Padre me envió a mí…”. Ellos son enviados como fue enviado Jesucristo. El gesto de soplar sobre ellos recuerda la escena de la creación del hombre (Gén 2,7). El mismo verbo soplar (en griego enefísesen) se encuentra en dos lugares. Otros usos del mismo verbo en el Antiguo Testamento son muy significativos. En Sab. 15,11, un texto referente a la creación del hombre, se describe a Dios como “el que sopló (emfisésanta) un espíritu vital”. El mismo verbo aparece en la escena de los huesos secos de Ezequiel 37,9: “Ven Espíritu y sopla (emfíseson) sobre estos muertos para que vivan”. En el contexto del primer día de la semana, que conmemora el comienzo de la creación, se produce la nueva creación del hombre mediante la infusión del Espíritu Santo. La vida eterna que viene de Dios, anunciada por los profetas, se ha hecho presente.” (Extractos de “El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras”, Luis Rivas, Ed. Paulinas) Volver a la página principal click aquí. EL VIENTO Junto con el agua, la tierra y el fuego, el aire constituye uno de los cuatro elementos de la naturaleza. El aire y el fuego son considerados de carácter masculino y activo. En muchas narraciones míticas el soplo o aire en movimiento está ligado a la idea de creación. El viento se presenta con características de fuerza y dinamismo, capaz de empujar, propulsar y arrastrar. Es, además, inasible e indominable. Como ser poderoso e inaprensible, el viento se convierte fácilmente en un elemento capaz de evocar la naturaleza de Dios, la trascendencia de su ser y de su acción. El viento es invisible; así puede sugerir el misterio del Dios escondido. Por sus espectaculares efectos, el viento expresa adecuadamente las diversas modalidades de la acción divina. En el Antiguo Testamento el soplo de Dios es nombrado RUAJ, que es una palabra femenina (Gén 1,1-2). “¿Por qué el viento como símbolo de Dios? El aire en movimiento es un elemento soberanamente libre, el vehículo privilegiado de la luz y la palabra, y una fuerza activa necesariamente ligada a la vida. En este estadio que preludia la creación, Dios no está ligado, aprisionado por la indeterminación del caos; se alista para proferir la palabra creadora. Se entiende así que el Dios de antes de los orígenes no sea pasivo, fijo e inmóvil, sino activo y en movimiento: él aletea, se eleva y vuela por arriba de lo indeterminado y virtual.” (Hna. Marta Bauschwitz) El viento no se ve, pero se notan sus efectos: se vuelan las hojas, se golpean las puertas, lo escuchamos soplar… Así también, el lenguaje bíblico señala la presencia del Espíritu de Dios con manifestaciones sensibles: soplos, ruidos, fuego, como en Ex 19 y Hech 2. Y así es el Espíritu, que cuando sopla y anima a las personas y a las comunidades, se hace visible en los frutos de amor. El soplo de Dios hace nacer al pueblo: Ex 14, 21 y Hech 2,1-4 El Espíritu empuja a Jesús: Lc 4,1; Lc 4,14-15 El Espíritu sopla donde quiere y genera un nuevo nacimiento. Diálogo con Nicodemo, Jn 3,1-8: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. Ezequiel y la visión de los huesos secos: Ez 37,1-10 “Obra y frutos del Espíritu Santo (…) la mujer debe situar su experiencia dentro de la obra y los frutos del Espíritu, único “autor de la espiritualidad”. Espíritu que es “dador de vida” y que tiene, por lo tanto, características femeninas. En hebreo es la RUAJ de Dios, el Viento que trae la Vida. A ese Espíritu de Dios, Espíritu de la vida, de fuerza, de luz, lo llamamos “Espíritu Santo”. Es quien nos hace participar de la vida de Dios, y nos une al Señor Jesús para llegar a ser con El un Espíritu (1 Cor 6,17). Es el Espíritu creador, renovador de la esperanza, de la vida nueva, de la creación nueva, de la creatura nueva (Is 4,2-9; 43,19; Ez 36,26; Rom 6,4, 2 Cor 5,17). Es el Espíritu de la novedad total y creativa, capaz de inventar constantemente en las distintas situaciones de la vida las más variadas respuestas.” (Teresa Porcile, Con ojos de mujer, Ed. Claretiana)