lunes, 5 de junio de 2017

Fuego – Pentecostés

tomado de https://palabrasconmiel.wordpress.com/simbolos/fuego/ Fuego – Pentecostés Estas son las propiedades del fuego: ilumina, y por eso su simbología se asocia a la luz; representa la inteligencia, la imaginación, la sabiduría, la “chispa creativa”; se mueve y calienta y con eso sugiere imágenes de poder, energía, vitalidad; el calor que produce es indispensable para crear condiciones de vida; quema y aquí reside su asociación con la idea de peligro, destrucción y purificación. El fuego tiene, por todo esto, simbología positiva y negativa. El fuego es bueno porque produce calor y posibilita la vida. El fuego es dañino porque quema, cuando genera más calor que el que un cuerpo puede resistir. Es irrefrenable, indominable; se expande rápidamente. La riqueza del símbolo también reside en que podemos percibirlo por los cinco sentidos, y cada uno de ellos aporta algún significado. Lo que captamos por los sentidos acerca del fuego, está determinado en gran parte por el combustible que lo alimenta: vemos variedades de colores según sea la leña, el gas, o el elemento que se consuma; olemos distintos olores, por el mismo motivo; escuchamos el crepitar de una fogata, y en cambio el fuego de la hornalla de gas es casi silencioso; sentimos al tacto el frío o el calor; gustamos con distinto sabor una comida según la temperatura que tenga. Por todas sus propiedades, el fuego es un símbolo adecuado para hablar de Dios en sus manifestaciones de poder, energía, expansión y generación de vida. El fuego aparece en numerosas teofanías (theos: Dios, fanérosis: manifestación): Alianza con Abraham: Gén 15,7-21 Vocación de Moisés: Ex 3,1-10 Alianza con el pueblo: Ex 19,3-8 Acompañamiento del pueblo en el desierto: Ex 40,34-38. Fuego en Pentecostés judío y Pentecostés cristiano Alianza con el pueblo: Ex 19,16-20 16 Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor. 17 Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y todos se detuvieron al pie de la montaña. 18 La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba violentamente. 19 El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno. 20 El Señor bajó a la montaña del Sinaí, a la cumbre de la montaña, y ordenó a Moisés que subiera a la cumbre. Algunas interpretaciones judías sobre la teofanía del Sinaí: “Dios modeló el aire, lo extendió, lo cambió en algo como una llamarada ardiente. (…)Una voz resonó en medio del fuego que fluía desde el cielo, la voz más maravillosa y tremenda, porque la llama estaba dotada con un lenguaje articulado que se expresaba en una lengua familiar a los que la oían. Ella expresaba sus palabras con tanta claridad y distinción que parecía que el pueblo estaba viéndola, más que oyéndola” (De Decalogo, 32-33.46). “Todas las palabras que salían de la boca del Todopoderoso se dividían en setenta idiomas” (T B Shab 88 b). “ La voz salió y se dividió en setenta voces, en setenta lenguas, de modo que todos los pueblos la oyeron, y cada pueblo oyó la voz en su propia lengua.” (Rabí Johanan) Nacimiento de la Iglesia, pueblo de Dios: Hech 2,1-4 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. (ver comentario más abajo) * Las teofanías también incluyen fuego en el llamado a los profetas: Is 6,1-8; Jer 20,7-9; Ez 1,4-28 * Elías es reconocido como un profeta que tuvo palabras de fuego: 1 Después surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha. 2 Él atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó. 3 Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. 4 ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? 5 Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo. 6 Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes: 7 tú escuchaste un reproche en el Sinaí 7 y en el Horeb una sentencia de condenación; 8 tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores 9 tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego por un carro con caballos de fuego. 10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, 10 para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob. 11 ¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida! (Eclo 48,1-11) Juan Bautista anuncia un bautismo de fuego: 7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? 8 Produzcan el fruto de una sincera conversión, 9 y no se contenten con decir: “Tenemos por padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. 12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». (Mt 3,7-12) En esta predicación de Juan Bautista, se unen los dos aspectos del fuego: El fuego destructor, que purificará de los pecados y rebeldías. El fuego que encenderá los corazones, el ardor del Espíritu. A este fuego se refiere Jesús: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (Lc 12,49) De este ardor habla el Señor en el Apocalipsis, cuando rechaza a los tibios: 14 Escribe al Ángel de la Iglesia de Laodicea: «El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: 15 “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. (Ap 3,14-16) * * * Pentecostés: Una Iglesia libre de la Ley Lic. María Gloria Ladislao La fiesta judía de Pentecostés La fiesta cristiana de Pentecostés, al igual que la Pascua, tiene sus raíces en la tradición judía. En esa fiesta, el pueblo judío celebra la entrega de las Tablas de la Ley hecha por Dios, a través de Moisés, a su pueblo reunido en el Sinaí. Es la fiesta de la Alianza, y en hebreo se la llama Shavuot, es decir, fiesta de las semanas, porque debe hacerse siete semanas después de la Pascua (Dt 16,9-12; Lv 16,15-23). La Pascua judía celebra la liberación de Egipto y Shavuot celebra que, en el desierto, Dios da su Ley indicando a este pueblo naciente el estilo de vida que asumirá de ahí en más: los mandamientos. Así, vemos que en la tradición judía Pascua y Pentecostés están íntimamente unidos. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, asume con los diez mandamientos un estilo de vida propio. Con la Alianza del Sinaí se compromete a ser pueblo de Dios y a vivir de ese modo: “Haremos todo lo que ha dicho Yavé” (Ex 19,8). Pentecostés en el libro de los Hechos de los Apóstoles La fiesta de Shavuot, recuerdo de la Alianza, era una de las fiestas en que los judíos peregrinaban al Templo de Jerusalén. Por eso el libro de los Hechos nos habla de una gran multitud que estaba allí reunida cuando se produce la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana (Hech 2,1-41) En el relato cristiano de Pentecostés, varios elementos evocan la Alianza del Sinaí. En primer lugar, ambos son acontecimientos de los cuales participa todo el pueblo/comunidad reunido. “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Uno de aquellos días Pedro se puso de pie en medio de los hermanos; el número de los reunidos era de unos ciento veinte…” (Hech 1,14-15). Están los Doce, está María, están las mujeres de la comunidad, están los otros discípulos, en ese número redondo de ciento veinte, dándonos ya la imagen de una iglesia que irá creciendo en pequeñas comunidades alrededor de los apóstoles. La comunidad cristiana está toda reunida en un “lugar alto” y hay un ruido que viene del cielo con fuego, así como en el Sinaí Dios descendió sobre el monte con ruido de trompeta y con fuego. La casa se llena toda con el viento, así como el monte Sinaí retemblaba todo con la presencia de Dios (Ex 19,18). En el Sinaí Dios regaló su Ley como norma de vida; ahora se regala El mismo en el Espíritu Santo para conducir a su pueblo, la Iglesia. Libertad y vida en el Espíritu Así como en la tradición judía, Pascua y Pentecostés también están íntimamente unidos en nuestra fe cristiana. En Pascua fuimos liberados de la muerte y del pecado, para vivir ya hoy en la nueva condición de resucitados. ¿Y cómo podremos hacer eso realidad? Para eso no basta conocer la Ley, por eso Jesús prometió su Espíritu. Es el Espíritu que vive en nuestro corazón el que nos da hoy vida de resucitados, vida nueva. San Pablo, un judío al que Jesucristo se le cruzó en el camino, entendió esto muy bien. En su carta a los Gálatas él muestra que la Ley no puede hacernos vivir como hijos de Dios. Porque la Ley nos dice lo que hay que hacer, pero no nos da la fuerza para hacerlo. Por el contrario, si es el Espíritu el que obra en nosotros, entonces sí nuestras obras, conducidas por el Espíritu, serán las que Dios quiere. Esta confianza en lo que Dios quiere, y no en nuestras propias fuerzas, es lo que lleva a San Pablo a afirmar: “Si somos conducidos por el Espíritu, no estamos bajo la Ley” (Gál 5,18). A esta Iglesia naciente de la Pascua, el Espíritu Santo, en Pentecostés, le da el estilo de vida por el cual será conducida “sin estar bajo la ley”, en la libertad de los hijos e hijas de Dios. Una vida que no estará pendiente de cada mandamiento de la Ley, sino que será tener el corazón maleable y disponible para que el Espíritu actúe.

lunes, 27 de febrero de 2017

Jesús y la piedad judía

tomado de: https://palabrasconmiel.wordpress.com/apuntes-iii/jesus-y-la-piedad-judia/ Jesús y la piedad judía Jesús y la piedad judía – limosna, ayuno y oración – sergeikoderEste material forma parte del Curso de Verano del Espacio Bíblico Palabras con miel * La enseñanza de Jesús: Mt 6,1-4. 5-8. 16-18 * Según estos textos ¿cuál es la experiencia del Padre que tiene Jesús? La invocación Abbá La experiencia de Dios fue central y decisiva en la vida de Jesús. El profeta itinerante del reino, curador de enfermos y defensor de pobres, el poeta de la misericordia y maes­tro del amor, el creador de un movimiento nuevo al servicio del reino de Dios, no es un hombre disperso, atraído por diferentes intereses, sino una persona profundamente unifi­cada en torno a una experiencia nuclear: Dios, el Padre de todos. Es él quien inspira su mensaje, unifica su intensa actividad y polariza sus energías. Dios está en el centro de esta vida. El mensaje y la actuación de Jesús no se explican sin esa vivencia radical de Dios. Si se olvida, todo pierde su autenticidad y contenido más hondo: la figura de Jesús queda desvirtuada, su mensaje debilitado, su actuación privada del sentido que él le daba. (…) ¿qué experiencia de Dios tiene Jesús? ¿Quién es Dios para él? ¿Cómo se sitúa ante su misterio? ¿Cómo le escucha y se confía a su bondad? ¿Cómo lo vive? No es fácil responder a estas preguntas. Jesús se muestra muy discreto sobre su vida interior. Sin embargo, habla y actúa de tal manera que sus palabras y sus gestos nos permiten vislumbrar de alguna manera su experiencia. (…) Jesús vive desde la experiencia de un Dios Padre. Así lo capta en sus no­ches de oración y así lo vive a lo largo del día. Su Padre Dios cuida hasta de las criaturas más frágiles, hace salir su sol sobre buenos y malos, se da a conocer a los pequeños, defiende a sus pobres, cura a los enfermos, busca a los perdidos. Este Padre es el centro de su vida. (…) A Jesús le gusta llamar a Dios “Padre”. Le brota de dentro, sobre todo cuando quiere subrayar su bondad y compasión. (…) Pero, sin duda, lo más original es que, al dirigirse a Dios, lo invocaba con una expresión des­acostumbrada. Lo llamaba Abbá. Le vive a Dios como alguien tan cercano, bueno y entrañable que, al dialogar con él, le viene espontáneamente a los labios solo una palabra: Abbá, Padre mío querido José Antonio Pagola en “Jesús. Aproximación histórica”, PPC y Editorial Claretiana, 2009 Cuestiones metodológicas: El criterio de discontinuidad Llamado también de disimilitud, de originalidad o de irreductibilidad dual, se centra en palabras o hechos de Jesús que no pueden derivarse del judaísmo de su época ni de la Iglesia primitiva posterior a él. La labor histórico-crítica realizada en las dos últimas centurias ha proporcionado notables progresos a nuestro conocimiento del judaísmo y del cristianismo del siglo I. Poseemos documentos del siglo I que proceden directamente de tales ámbitos religiosos – Qumram, Josefo y Filón para el judaísmo, y la mayor parte del NT para el cristianismo –, por no hablar de importantes hallazgos arqueológicos. Jesús fue un judío del siglo I cuyos hechos y dichos la Iglesia primitiva veneró y transmitió. Una completa ruptura con el ambiente religioso inmediatamente anterior o inmediatamente posterior a él es inverosímil a priori. De hecho, si Jesús hubiera sido tan “discontinuo” y único, si hubiera estado tan apartado del flujo de la historia anterior y posterior a él, habría resultado ininteligible para prácticamente todo el mundo. Para ser un maestro eficaz (y Jesús parece haberlo sido, en opinión de todos los expertos) hay que adaptarse a las concepciones y puntos de vista de aquellos a los que se enseña, incluso cuando la finalidad es cambiar esas concepciones y puntos de vista. John Meier, Un judío marginal, Ed. Verbo Divino, Navarra, 2000, T.I, pg.187 La oración Bendito seas, Señor, nuestro Dios y Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, Dios grande, poderoso y terrible, Dios altísimo, Señor del cielo y de la tierra, nuestro escudo y escudo de nuestros padres, nuestro recurso en todas las generaciones. Bendito seas, Señor, escudo de Abraham. (de Las 18 bendiciones) Algunas prácticas de oración personal y comunitaria en el judaísmo/judaísmos En la sinagoga: salmos y otras oraciones: Kadish y Amidá En el templo La oración cotidiana: bendición y acción de gracias por los alimentos Shemá (Dt 4,6-9) tres veces al día Tephillah (oración) tres veces al día, con bendiciones Para recitar la Shemá y otras oraciones los varones se colocan las filacterias, tephilim; cf. Mt 23,5. Extracto del Kadish Que su gran nombre sea exaltado y santificado en el mundo que él ha creado según su voluntad. Que él traiga su reino para gobernar en nuestra vida y en nuestros días y en toda la casa de Israel rápido y enseguida. Y ustedes dirán: Amén. Que tu oración sea escuchada y tu petición sea respondida con las peticiones de toda la casa de Israel ante nuestro Padre que está en los cielos. Que los cielos traigan gran paz, ayuda, liberación, libertad… para todas la comunidad de toda la casa de Israel para vida y paz. Y ustedes dirán: Amén. La oración personal de Jesús Toda la vida de Jesús se realiza en un clima de oración. Su vida pública comienza con una oración en el bautismo (Lc 3,21) y un largo retiro de oración en soledad (Mt 4,1-11). Y termina también con una oración (Mt 27,46; Mc 15,34; Lc 23,46). Jesús aparece orando en los momentos de decisiones históricas importantes, como al elegir a los doce (Lc 6,12-13), al enseñar el padrenuestro (Lc 11,1), antes de curar al niño epiléptico (Mc 9,29). Ora por personas concretas, por Pedro (Lc 22,32), por los niños (Mc 10,16), por los verdugos (Lc 23,34). A veces se retiraba de su actividad pública para dedicar largos ratos para conversar con su Padre. Para ello se le ve irse a un huerto apartado o a un descampado. Allá pasa horas enteras (Mc 1,35; 6,46; 14,32). E incluso noches enteras (Lc 6,12) “El acostumbraba retirarse a lugares despoblados para orar”(Lc 5,16). El contenido profundo de la oración de Jesús es muy simple: es mostrar la aceptación de la voluntad de Dios sobre el Reino y sobre su propia persona, y mostrar la alegría y el agradecimiento de que el Reino se extienda. Este contenido expresa la experiencia de sentido último de Jesús: que Dios se va haciendo presente en la historia a través del amor. José Luis Caravias, El Dios de Jesús, https://jlcaravias.files.wordpress.com ¿Qué rezaba Jesús? Jesús alaba al Padre: Mt 11,25-27 // Lc 10,21-22 Jesús enseña a rezar: el Padre Nuestro Mt 6, 9-13 // Lc 11, 2b-4 La limosna La limosna: Leemos Mt 6,1-4 en el contexto previo de Mt 5 (1-12. 17. 20) Sentido de la palabra limosna El hebreo no tiene una palabra especial para designar la limosna. Nuestra palabra deriva del griego eleemosyne. En la Septuaginta designa:1) La misericordia de Dios 2) La respuesta leal del hombre a Dios (poco) 3) La misericordia del hombre con sus semejantes, traducida en actos, entre los cuales resalta el apoyo material a los que padecen necesidades. La palabra griega acabará por limitarse al sentido preciso de “limosna” en los libros tardíos del AT: Daniel, Tobías y Eclesiástico, y en el NT. Nos nutrimos en el AT Los tres códigos legislativos: De la Alianza: Éx 20, 22 a 23,19, particularmente Ex 22,20 – 23,12 De Santidad: Lv 17-26, particularmente Lv 19,9-10 Deuteronómico: Dt 12,2 a 26,15, particularmente Dt 24,17-22 Tobías (225 – 175 aC) deuterocanónico: 1,3.8.16ª; 2,2; 4,5-11.16; 7,6; 9,6; 12,8-9; 14,2.8-11 En la literatura sapiencial: Job 31, 16-20.32; Eclo 3,30 a 4,10; 7,10; 29, 8-13; 35,4 Buscamos en la literatura rabínica Targum Neofiti de Dt 34, 6 (Lo enterró [Yahvé] en el Valle, en el país de Moab, frente a Bet Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba): “Bendito sea el nombre del Señor del universo, que nos ha enseñado sus caminos justos. Nos ha enseñado a vestir a los que están desnudos, habiendo revestido él mismo a Adán y a Eva (Gn 3, 21); nos ha enseñado a unir a los novios y novias, habiendo unido a Eva con Adán (Gn 1, 27); nos ha enseñado a visitar a los enfermos, desde que se apareció en la llanura de Mambré a Abrahán (Gn 18, 1), que sufría aún por la herida de su circuncisión (Gn 17, 26-27); nos ha enseñado a consolar a los que guardan luto, desde que se apareció en cierta ocasión a Jacob, al volver de Padán, en el lugar donde había muerto su madre (Gn 35, 8-9); nos ha enseñado a alimentar a los pobres, por haber hecho descender el pan del cielo para los hijos de Israel (Sal 105, 40); nos ha enseñado a sepultar a los muertos desde la muerte de Moisés (Dt 34, 6)” Jesús y la piedad judía – La limosna Mateo 25, 31 ss: La escena es grandiosa. El Hijo del hombre llega como rey con un cor­tejo grandioso, “acompañado de todos sus ángeles”, y se sienta en su “trono de gloria”. Ante él comparece la “asamblea de todas las nacio­nes”. Es el momento de la verdad. Allí están gentes de todas las razas y pueblos, de todas las culturas y religiones, generaciones de todos los tiempos. Todos los habitantes del orbe, Israel y los pueblos gentiles van a escuchar el veredicto final. El rey comienza por separarlos en dos grupos, como hacían los pasto­res con su rebaño: las ovejas a un lado, para dejarlas al fresco durante la noche, pues así les va mejor; las cabras a otro lado, para cobijarlas en el interior, porque el frío de la noche no les hace bien. El rey y pastor de to­dos los pueblos tiene con cada grupo un diálogo esclarecedor. Al primer grupo le invita a acercarse: “Venid, benditos de mi Padre”: son hombres y mujeres que reciben la bendición de Dios para heredar el reino “prepa­rado para ellos desde la fundación del mundo”. Al segundo grupo le in­vita a apartarse: “Apartaos de mí, malditos”: son los que se quedan sin la bendición de Dios y sin el reino. (…) En realidad, no hay propiamente una sentencia judicial. Cada grupo se dirige hacia el lugar que ha escogido. Los que han orientado su vida hacia el amor y la misericordia terminan en el reino del amor y la misericordia de Dios. Los que han excluido de su vida a los necesitados se autoexcluyen del reino de Dios, donde solo hay acogida y amor. El criterio para separar a los dos grupos es preciso y claro: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados; los otros han vivido in­diferentes a su sufrimiento. El rey habla de seis situaciones de necesidades básicas y fundamentales. No son casos irreales, sino situaciones que to­dos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de “amor”, sino de cosas tan concretas como “dar”, “acoger”, “visitar”, “acudir”. Lo deci­sivo no es un amor teórico, sino la compasión que ayuda al necesitado. La sorpresa se produce cuando el rey asegura: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. El primer grupo manifiesta su asombro: nunca han visto al rey en estas gentes ham­brientas, enfermas o encarceladas; ellos han pensado solo en su sufri­miento, en nada más. La extrañeza es compartida por el segundo grupo: ni se les había pasado por la cabeza que podían estar desatendiendo a su rey. Pero éste se reafirma en lo dicho: él está presente en el sufrimiento de estos “hermanos pequeños”. Lo que se les hace a ellos se le está haciendo a él. Los que son declarados “benditos del Padre” no han actuado por mo­tivos religiosos, sino por compasión. No es su religión ni la adhesión ex­plícita a Jesús lo que los conduce al reino de Dios, sino su ayuda a los ne­cesitados. El camino que conduce a Dios no pasa necesariamente por la religión, el culto o la confesión de fe, sino por la compasión hacia los “hermanos pequeños”. Jesús. Aproximación histórica. José Antonio Pagola Jesús y la piedad judía – El ayuno En el Antiguo Testamento Ayuno de 40 días de Moisés Ex 34,28 y de Elías 1 Re 19,8. Prescripción del ayuno para el Día del Perdón: Lv 16,29-31 Profetas post-exílicos: Joel 2,12-18 (1ra. lectura del Miércoles de Ceniza); Is 58,1-12 No se ayuna en días de fiesta: Jdt 9,5-6 Jesús y el ayuno Marcos no menciona los 40 días de ayuno en el desierto Mc 1,12-13. Sí lo mencionan Mt 4,2 y Lc 4,2. Durante el ministerio público: Mc 2,18-22 y // Era una práctica habitual en Jesús y sus discípulos: Lc 7,33-35 EL REINO YA PRESENTE No hay noticias sobre la manera y la periodicidad exactas con que practicaban el ayuno los discípulos de Juan Bautista en tiempos de Jesús. Cabe suponer que no seguían la dieta su­mamente restringida de su maestro (saltamontes y miel silvestre); pero, de la rigidez y austeri­dad del Bautista es razonable inferir una práctica del ayuno entre sus seguidores más fieles. (…) El ayuno seguramente significaba para los discípulos de Juan dolor y arrepentimiento por el pecado, junto con una intensa súplica a Dios para que los librase del terrible castigo anun­ciado para el último día. (…) El mismo Jesús se refirió con ironía a la marcada diferencia entre el ascético Bau­tista y el Jesús “glotón y borracho”, indicando que, cualquiera de ambos tipos de conducta que se adopte, siempre hay quien encuentra algo para criticar (Mt 11,16-19//Lc 7,33-35). Qui­zás su convivialidad con recaudadores de impuestos y pecadores (Mc 2,13-17; Mt 11,19; Lc 19,7; Lc 15,1) era todavía más censurable por no estar compensada con la práctica del ayuno voluntario en ciertas ocasiones. Todos estos aspectos de la conducta de Jesús son coherentes con su mensaje: El Reino de Dios no sólo se encontraba muy próximo, sino que en cierto sen­tido estaba ya presente en el ministerio de Jesús, ofreciendo curación y alegría a quienes lo aceptaban. El banquete escatológico de salvación, prometido para un próximo futuro a muchos de oriente y occidente (Mt 8,11), estaba de algún modo ya disponible para los que compartían la alegría de Jesús en las comidas. John Meier, Un judío marginal, Ed. Verbo Divino. T II, pág. 531

miércoles, 25 de enero de 2017

El Espíritu Santo: soplo de vida

tomado de: https://palabrasconmiel.wordpress.com/simbolos/viento/ El Espíritu Santo: soplo de vida Una de las formas en que el Espíritu Santo aparece en la Biblia es con el símbolo del soplo o el aliento. Desde la primera página del Génesis, se habla de ese soplo de Dios que sobrevolaba las aguas y el caos original: La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas (Gén 1,2). Ese soplo divino fue poniendo orden y vida, y así surgió la creación que superó el caos. La palabra soplo también se podría traducir como “aliento”. Pensemos cuánto significado tiene esta expresión para nosotros, por ejemplo cuando decimos que alguien “nos da aliento” o incluso en el deporte cuando hablamos de alentar a un equipo. Esa es la imagen que la Biblia nos da del Espíritu Santo: el que nos alienta, nos anima, y con su fuerza nos empuja y nos conduce. Cuando Jesús Resucitado se aparece en medio de su comunidad, el gesto que hace sobre ellos es darles ese soplo de vida: Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: – «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: – «Reciban el Espíritu Santo». (Jn 20,20-22) Con su Espíritu, con ese soplo que trae la renovación y la fuerza de la Resurrección, Jesús nos alienta. Nos da de su propio aire y nos hace respirar en esta nueva vida de resucitados. Como el aire de la respiración, también el Espíritu Santo actúa renovando desde adentro, llenando cada espacio de nuestro ser, y llevándose con su soplo todo lo que no sirve, lo tóxico, lo que impide la vida. Celebrar Pentecostés es “renovar el aire” y dejarnos alentar e impulsar por el Espíritu de Dios que da vida. Contenido del programa Destellos Cotidianos, Radio María Argentina, a cargo de la Prof. María Gloria Ladislao. La respiración Cuando respiramos, el aire penetra por la nariz, pasa por el conducto nasal, atraviesa la faringe, llega a la laringe, a la tráquea, a los bronquios, y por último, a los alvéolos pulmonares. Es aquí donde se realiza el intercambio gaseoso: se toma oxígeno que luego viajará por las arterias, y se expele el exceso de oxígeno junto con el dióxido de carbono, producto de los procesos vitales. Respirar es para el hombre una necesidad y un misterio. Vemos en esta función el secreto de la vida. Por eso diversas religiones han visto en el aire y la respiración un símbolo de la energía creadora y reparadora, donde el ser humano descubre la reserva inagotable de su propia existencia. El aire se asocia, básicamente, a tres factores: el espacio como ámbito de movimiento y de generación de procesos vitales; el viento, que en muchas narraciones míticas aparece fuertemente ligado a la idea de creación; y el hálito vital que posibilita la existencia y la palabra. Diógenes de Apolonia, filósofo griego presocrático (c.460 a.C.) declaró que el aire, la fuerza primera, poseía inteligencia: “el aire, como origen de todas las cosas, es necesariamente eterno, una sustancia imperecedera, pero como alma está necesariamente dotado de consciencia”. Mito guaraní de la creación: Mientras nuestro Primer Padre creaba, en el curso de su evolución, su divino cuerpo existía en medio de los vientos primigenios: antes de haber concebido su futura morada terrenal. Para los yoguis, prana es la energía que sustenta el universo. Es el aliento, el soplo del Ser Supremo que nos permite vivir. Hay que hacer ejercicios de inspiración y de espiración profunda, lenta y ritmada. Entonces “se abre el velo que cubre la luz y la mente está preparada para la concentración”. La respiración se denomina pranayama. En el Antiguo Testamento El hálito de vida o respiración es nefesh. Neshamá significa “ser viviente” (ser con respiración): Génesis 2,7 Los salmos invitan a que toda Neshamá, es decir, todo ser viviente, alabe al Señor: Salmo 150. El soplo de Dios también aparece nombrado como ruaj. Este soplo levanta y da vida a los huesos muertos, según la profecía de Ezequiel cap. 37. En el Nuevo Testamento EVANGELIO del domingo 27 de mayo de 2012, Pentecostés Jn 20, 19-23 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. “[En el Evangelio según San Juan] la primera aparición del Señor resucitado a los discípulos está narrada en Jn 20,19-23. El autor incluye en el comienzo la nota cronológica: “el primer día de la semana”, posiblemente por la referencia litúrgica que este día ya tenía para los primeros cristianos. Pero también porque el primer día de la semana es el recuerdo del comienzo de la creación. (…) En ese contexto, el autor introduce la donación del Espíritu. Comienza con las palabras del envío de los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Los que hasta ese momento eran llamados discípulos se convierten en apóstoles, enviados. El Enviado del Padre es por antonomasia el mismo Jesucristo. Con palabras solemnes, Jesús los constituye enviados de una manera semejante a la que El tiene como enviado del Padre: “Como el Padre me envió a mí…”. Ellos son enviados como fue enviado Jesucristo. El gesto de soplar sobre ellos recuerda la escena de la creación del hombre (Gén 2,7). El mismo verbo soplar (en griego enefísesen) se encuentra en dos lugares. Otros usos del mismo verbo en el Antiguo Testamento son muy significativos. En Sab. 15,11, un texto referente a la creación del hombre, se describe a Dios como “el que sopló (emfisésanta) un espíritu vital”. El mismo verbo aparece en la escena de los huesos secos de Ezequiel 37,9: “Ven Espíritu y sopla (emfíseson) sobre estos muertos para que vivan”. En el contexto del primer día de la semana, que conmemora el comienzo de la creación, se produce la nueva creación del hombre mediante la infusión del Espíritu Santo. La vida eterna que viene de Dios, anunciada por los profetas, se ha hecho presente.” (Extractos de “El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras”, Luis Rivas, Ed. Paulinas) Volver a la página principal click aquí. EL VIENTO Junto con el agua, la tierra y el fuego, el aire constituye uno de los cuatro elementos de la naturaleza. El aire y el fuego son considerados de carácter masculino y activo. En muchas narraciones míticas el soplo o aire en movimiento está ligado a la idea de creación. El viento se presenta con características de fuerza y dinamismo, capaz de empujar, propulsar y arrastrar. Es, además, inasible e indominable. Como ser poderoso e inaprensible, el viento se convierte fácilmente en un elemento capaz de evocar la naturaleza de Dios, la trascendencia de su ser y de su acción. El viento es invisible; así puede sugerir el misterio del Dios escondido. Por sus espectaculares efectos, el viento expresa adecuadamente las diversas modalidades de la acción divina. En el Antiguo Testamento el soplo de Dios es nombrado RUAJ, que es una palabra femenina (Gén 1,1-2). “¿Por qué el viento como símbolo de Dios? El aire en movimiento es un elemento soberanamente libre, el vehículo privilegiado de la luz y la palabra, y una fuerza activa necesariamente ligada a la vida. En este estadio que preludia la creación, Dios no está ligado, aprisionado por la indeterminación del caos; se alista para proferir la palabra creadora. Se entiende así que el Dios de antes de los orígenes no sea pasivo, fijo e inmóvil, sino activo y en movimiento: él aletea, se eleva y vuela por arriba de lo indeterminado y virtual.” (Hna. Marta Bauschwitz) El viento no se ve, pero se notan sus efectos: se vuelan las hojas, se golpean las puertas, lo escuchamos soplar… Así también, el lenguaje bíblico señala la presencia del Espíritu de Dios con manifestaciones sensibles: soplos, ruidos, fuego, como en Ex 19 y Hech 2. Y así es el Espíritu, que cuando sopla y anima a las personas y a las comunidades, se hace visible en los frutos de amor. El soplo de Dios hace nacer al pueblo: Ex 14, 21 y Hech 2,1-4 El Espíritu empuja a Jesús: Lc 4,1; Lc 4,14-15 El Espíritu sopla donde quiere y genera un nuevo nacimiento. Diálogo con Nicodemo, Jn 3,1-8: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. Ezequiel y la visión de los huesos secos: Ez 37,1-10 “Obra y frutos del Espíritu Santo (…) la mujer debe situar su experiencia dentro de la obra y los frutos del Espíritu, único “autor de la espiritualidad”. Espíritu que es “dador de vida” y que tiene, por lo tanto, características femeninas. En hebreo es la RUAJ de Dios, el Viento que trae la Vida. A ese Espíritu de Dios, Espíritu de la vida, de fuerza, de luz, lo llamamos “Espíritu Santo”. Es quien nos hace participar de la vida de Dios, y nos une al Señor Jesús para llegar a ser con El un Espíritu (1 Cor 6,17). Es el Espíritu creador, renovador de la esperanza, de la vida nueva, de la creación nueva, de la creatura nueva (Is 4,2-9; 43,19; Ez 36,26; Rom 6,4, 2 Cor 5,17). Es el Espíritu de la novedad total y creativa, capaz de inventar constantemente en las distintas situaciones de la vida las más variadas respuestas.” (Teresa Porcile, Con ojos de mujer, Ed. Claretiana)