lunes, 23 de febrero de 2015

Honra a la Naturaleza y al Espiritu Celestial

Tomado de Facebook: Crónicas de la Tierra sin Mal con Vilma Stella Castillo Muñoz y 20 personas más Ten tus cuatro puntos cardinales, sentados. Adora al cielo y al gran espíritu Respeta al suelo y a la madre tierra Estate en tu lugar Reposa la mirada en el horizonte Y descansa tu columna como lo hace el árbol de la vida Y sé, se tu mismo y entrega Para que el árbol se haga grande Debe de tener unas raíces fuertes Estate en ti mismo, respétate Y cuando ya encuentres tu fuerza Entonces, vuela como el águila Utiliza tu agudeza visual Su fortaleza y su ligereza unidas Amanece por la mañana Mira al sol que sale Une tu corazón con el astro En tu silencio sagrado Deja que el viento Acaricie tus sueños De un mañana próspero Lleno de vida y alimento Báñate en el río Siente el agua por tu cuerpo Moja tu alma sumergida En la clara pureza del frío Descansa tu cuerpo en la tierra Siente su profunda sabiduría El amor rodeará tu esencia Y la verdad alcanzará tu vida El espíritu de Manitú Vive en todos nosotros Cada trozo de su ser Es una estrella de nuestro cuerpo Todos somos el universo Y el respeto por tu vida Y el amor a tu corazón Es la apertura al infinito Hacia el mundo y sus gentes... Que el gran espíritu esté contigo Y te proteja siempre... Tatanka Yotanka (Toro Sentado 1831-1890) Jefe Sioux

martes, 3 de febrero de 2015

Las bases bioquímicas del amor

Tomado de: https://racionalidadltda.wordpress.com/2015/02/03/las-bases-bioquimicas-del-amor/ Las bases bioquímicas del amor Publicado el febrero 3, 2015 por experimentosemar • Publicado en Economía del comportamiento • Deja un comentario 999 Resumen elaborado por: Ismael Estrada Cañas Mariposas en el estómago, manos sudorosas, corazón a mil, “la persona de mi vida”, “mi amor eterno” y todas esas cursilerías que se nos ocurren son solo un desequilibrio mental ocasionado por las sustancias químicas que habitan en nuestra cabeza. Los sexólogos sostienen que entre los cinco y los ocho años de edad las personas creamos mapas, redes y circuitos intracerebrales que determinan por qué nos enamoramos de unas personas y no de otras, pero, en el mejor de los casos, este sentimiento no es más que la necesidad de la parte más primitiva de nuestro cerebro de transmitir el ADN a las siguientes generaciones y perpetuar la especie. Por esto los científicos más radicales afirman que el amor no existe. Según la bioquímica, se trata simplemente de una borrachera causada por un explosivo cóctel de Dopamina, Norepinefrina y Serotonina, tres neurotransmisores que produce el cerebro y que son los responsables de que algunos compren ramos de rosas rojas, que otros pasen horas decidiendo con su pareja quién cuelga primero y que los despechados quemen sus últimos cartuchos de dignidad rogándole de rodillas a su ex. De todos modos, nadie puede negar que si el amor es una enfermedad, todos queremos contagiarnos y que, por más que digan que no existe, pasa igual que con las brujas: no hay que creer en él, pero de que lo hay, lo hay. En vez de pintar corazones, los enamorados deberían pintar cerebros flechados, pues es ahí donde nace y muere el amor. Los principales responsables son los neurotransmisores, sustancias químicas que aumentan o disminuyen según los sentimientos y que envían señales al cuerpo sobre lo que debemos sentir. Los neurotransmisores son los culpables de tragas malucas, tusas y hormonas fuera de control. La Dopamina es especialista en poner nuestro cerebro patas arriba. Cuando su secreción se dispara nos hace aumentar la atención en la persona que nos gusta, nos motiva a hacer todo tipo de cosas para impresionarla y es la causante de que pasemos noches sin dormir y perdamos el apetito sólo por estar pensando en “ese ser maravilloso”. La Norepinefrina, por su parte, nos convierte en ese “alguien especial” con el que todos sueñan. Cuando sus niveles aumentan nos convertimos en las parejas ideales, puesto que mejora nuestra memoria y permite que recordemos pequeños detalles de la otra persona y los felices momentos que hemos compartido juntos. Cuando la Dopamina y la Norepinefrina aumentan, por lo general la Serotonina disminuye. Esto produce en nosotros una especie de ceguera que solo nos permite ver las cualidades y omitir los defectos de nuestra pareja. Los bajos niveles de Serotonina también nos vuelven un poco obsesivos, porque por su culpa no podemos pasar ni un minuto sin dejar de pensar en nuestra media naranja. De hecho, los psiquiatras sostienen que el amor es un estado de desequilibrio bioquímico del cerebro muy parecido a sufrir un trastorno obsesivo-compulsivo. Para el cuerpo el amor es lo mismo que el miedo. En ambos casos el sistema nervioso vegetativo libera grandes cantidades de Adrenalina, conocida como “la hormona del estrés”, que pone al organismo en estado de máxima alerta. El corazón se pone a mil porque necesita bombear más sangre a las células. Las mariposas en el estómago aparecen porque allí se disminuye el riego sanguíneo, ya que es más urgente dirigirlo a músculos como las piernas, por si es necesario huir. Tanta sangre en las piernas puede producir una sobreexcitación nerviosa y por eso las rodillas comienzan a temblar. La sangre también disminuye en las manos, por eso quedan heladas. Lastimosamente, el enamoramiento dura aproximadamente cuatro años, o por lo menos eso aseguran antropólogos y neurobiólogos, quienes sostienen que después de este tiempo el cerebro se acostumbra a los volúmenes secretados de Feniletilamina, Dopamina, Noradrenalina y Serotonina; de modo que se vuelve insensible a sus efectos. Cuando esto ocurre la sustancia clave es la Oxitocina, conocida como la “hormona del apego”. Cuando esta hormona entra en acción el enamoramiento habrá terminado para dar paso al amor sexual maduro. La Oxitocina es la responsable, por ejemplo, de que las parejas sientan una fuerte unión después de una relación sexual. Nuestros sentimientos son fenómenos bioquímicos que tienen origen en nuestro cerebro, no en nuestro corazón, de modo que si el amor está en la cabeza, el desamor debe habitar en el mismo lugar. Todos los despechados pasan por dos etapas. La primera es un estado de negación en el que la Dopamina y la Norepinefrina se disparan y ponen a la persona en máxima alerta ante el peligro de perder a su pareja. Aquí es cuando los desesperados se aparecen con mariachis a las cuatro de la mañana y piden perdón de rodillas si es necesario. Si quien se asoma a la ventana no es la “ex” sino su nueva pareja, el entusado no tendrá más opción que entrar a la segunda etapa: la resignación. Aquí la persona por fin entiende que la lucha por su ser amado es caso perdido y sus niveles de Dopamina empezarán a disminuir drásticamente. Los rompimientos son dolorosos porque cuando a alguien lo “echan” o le piden “un tiempo” su cerebro comienza a extrañar las sustancias químicas que lo hacían feliz. Pero después del despecho su organismo estará a la espera de que alguien más le active los neurotransmisores y lo haga volver a sonreír. Mientras se encuentra a ese “nuevo amor” los médicos recomiendan comer chocolate para aumentar los niveles de Serotonina y hacer ejercicio para liberar Adrenalina… y verse a sí mismos más atractivos. Sin embargo, una tusa mal manejada puede hacernos tocar fondo, e incluso puede llevarnos al suicidio (o cualquier otra estupidez). Cuando nos abandonan sentimos tristeza, rabia y ansiedad, tres sensaciones asociadas a la depresión. Según los expertos, la parte más crítica de una tusa dura entre tres y seis meses. Si después de ese tiempo el despecho continúa, el duelo se ha vuelto patológico y lo más recomendable es buscar ayuda psiquiátrica. Después de todo, el amor es como una traba. Las endorfinas que se producen en el cerebro están compuestas casi por las mismas sustancias que el opio, por lo que los enamorados experimentan sensaciones muy similares a las que producen algunos estupefacientes. Los enamorados se vuelven dependientes de su pareja y sufren igual que un alcohólico cuando no tiene ni una gota en la botella. Los cinco sentidos del amor Aunque no huela a nada, todos los seres humanos venimos con perfume incluido. Sin darnos cuenta, vivimos envueltos en una capa de feromonas, que son las hormonas encargadas de atraer sexualmente a otra persona. Por eso se dice que el amor es ciego pero tiene muy buen olfato. Un beso ejercita 30 músculos de la cara, duplica la frecuencia cardiaca y produce varias hormonas que aumentan las defensas del organismo. Durante un beso apasionado, las personas intercambian unas 40.000 bacterias, la mayoría de ellas inofensivas e incluso con propiedades desinfectantes. Además, la punta de la lengua es la parte del cuerpo con más terminaciones nerviosas, lo que garantiza una explosión de sensaciones agradables. Una caricia en el lugar y el momento indicado es casi milagrosa. Rozar suavemente la piel disminuye la presión arterial, aumenta la cantidad de oxígeno en las células, mejora el sistema linfático y, lo mejor de todo: descarga una avalancha de endorfinas que producen una gran sensación de placer y bienestar, por eso las llaman “hormonas de la felicidad”. Según los antropólogos, existe una razón evolutiva para que el sexo masculino “se enamore por los ojos”. Durante millones de años, los hombres han buscado parejas que luzcan jóvenes, sanas, fértiles y con caderas anchas para que garanticen una buena descendencia. Pero si los hombres se enamoran por los ojos, las mujeres lo hacen por los oídos. El cerebro femenino está programado para fijarse más en la “belleza interior”, por eso tienen una mayor facilidad verbal que los hombres. Esto se debe principalmente a la hormona del Estrógeno, que aumenta durante la mitad del ciclo menstrual y las vuelve más amables y conversadoras. Un dato curioso… y quizás polémico… Algunos científicos afirman que los seres humanos estamos programados para tener varias parejas. Para ellos, el amor es solo un adorno que se le pone a la necesidad de transmitir el ADN a las próximas generaciones. Desde esa perspectiva, la infidelidad es un comportamiento completamente racional, pues tener varias parejas aumenta considerablemente la probabilidad de reproducirnos. Nota: Esta columna es un resumen de algunas ideas expuestas en: Barfield, T. (1997). Diccionario de antropología. Londres: Siglo XXI Editores. Brater, J. (2004). Lo que Fleming nunca contaría. Barcelona: Editorial Ma Non Troppo. Brater, J. (2005). Lo que a Fleming nunca le preguntaron. Barcelona: Editorial Ma Non Troppo. Cameron-Blandler, L. (2002). Solutions: Enhancing Love, Sex and Relationships. Moah, Utah: Real People Press. Fisher, H. (1994). Anatomía del amor. Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Barcelona: Editorial Anagrama. Fisher, H. (2004). Por qué amamos. Naturaleza y química del amor romántico. Madrid: Editorial Taurus. Fromm, E. (1956). El arte de amar. Barcelona: Ediciones Paidós.

domingo, 1 de febrero de 2015

La esclavitud, una visión de osho

Tomado de: Pejecita Amor de facebook EL ESCLAVO UNO DE los problemas que tiene que encarar todo ser humano es el mundo en el que ha nacido. Su ser y las intenciones del mundo no van a la par. El mundo quiere que sea útil, que sea un esclavo, que sea utilizado por los que tienen poder. Y natural­mente, el hombre está resentido por esto. Quiere ser él mismo. El mundo no le permite a nadie ser lo que se supone que es por naturaleza. El mundo intenta amoldar a todas las personas a su conveniencia: útil, eficiente, obediente, pero nunca rebelde ni afirmándose, ni declarando su propia individualidad, sino siendo servil, casi como un robot. El mundo no quiere que seáis seres humanos, quiere que seáis máquinas eficientes. Cuanto más efi­cientes sois, más respetables, más honorables. Y esto es el origen del problema. Nadie nace para ser una máquina. Es una humillación, una degradación; es quitarle al hombre su orgullo y su dignidad, des­truirlo como ser espiritual y reducirlo a una entidad mecánica. En consecuencia, todos los niños empiezan a cerrarse desde el principio, cuando se dan cuenta de las intenciones de la socie­dad, de los padres, de la familia, del sistema educativo, de la na­ción y de la religión. Se empiezan a volver defensivos a conse­cuencia del miedo, porque se tienen que enfrentar a una fuerza tremenda. Son tan pequeños y frágiles, tan vulnerables, tan in­defensos, tan dependientes de las mismas personas de las que se tienen que defender.. El problema se complica más aún porque el niño se tiene que defender de las personas que creen que le quieren. Y proba­blemente no estén mintiendo. Las intenciones son buenas pero carecen de conciencia; están totalmente dormidos. No saben que son marionetas en manos de una fuerza ciega que se llama so­ciedad, todas las instituciones y los intereses creados juntos. El niño se enfrenta a un dilema. Tiene que luchar contra los que ama, y además cree que le aman. Pero lo curioso es que la gente que le quiere, no le quiere tal como es. Le dicen: «Te que­remos, sí, te queremos, pero sólo si sigues nuestro camino, si si­gues nuestra religión, si te vuelves obediente como nosotros.» Si te vuelves parte de este extenso mecanismo, donde vas a vivir el resto de tu vida…. no tendrá sentido luchar contra él porque te aplastará. Es más sensato rendirse y aprender a decir sí, te guste o no. Reprime tu no. Se espera que digas sí a todo en cualquier condición, en todas las situaciones. El «no» está prohibido. «No» es el pecado original. La desobediencia es el pe­cado original, y después la sociedad se toma la revancha con cre­ces. Esto provoca un gran miedo en el niño. Todo su ser quiere afirmar su potencial. Quiere ser él mismo porque si no fuera por esto, la vida no tendría sentido. A menos que lo haga no será fe­liz, no estará alegre, satisfecho, contento. No se sentirá cómodo, siempre estará dividido. Habrá una parte de su ser, la más in­trínseca, que siempre estará hambrienta, sedienta, frustrada, incompleta. Pero estas fuerzas son enormes y es muy arriesgado luchar contra ellas. Naturalmente, poco a poco, todo niño aprende a defenderse, a protegerse. Cierra todas las puertas de su ser. No se expone a nadie, empieza a fingir. Comienza a ser un actor. Actúa según las órdenes que le dan. Si surgen dudas, las reprime. Si su natura­leza se quiere afirmar, se reprime. Si su inteligencia le dice: «No está bien, ¿qué estás haciendo?», renuncia a ser inteligente. Es más prudente ser un retrasado, no ser inteligente. Cualquier cosa que te enfrente a los intereses creados es peligrosa. Y es arriesgado abrirte, incluso a las personas más próximas. Por eso todo el mundo se ha cerrado. Nadie abre los pétalos sin miedo, corno una flor, danzando al viento y bajo la lluvia, bajo el sol…, tan frágil pero sin miedo. Estamos viviendo con los pétalos cerrados, con miedo de ha­cernos vulnerables si los abrimos. De modo que todo el mundo usa escudos de todo tipo, te escudas incluso detrás de la amistad. Parecerá contradictorio, porque la amistad significa estar abier­to el uno al otro, compartir vuestros secretos, compartir vues­tros corazones. Todo el mundo vive lleno de contradicciones, La gente utiliza la amistad, el amor y la oración para escudarse. Cuando quieren llorar, no pueden; sonríen, porque la sonrisa es un escudo. Cuando no quieren llorar, lloran, porque en deter­minadas ocasiones las lágrimas pueden actuar de escudo. Nues­tra risa sólo es un movimiento con los labios, y tras ella escon­demos la verdad: nuestras lágrimas. Toda la sociedad se ha desarrollado en torno a una idea que básicamente es hipócrita. Tienes que ser lo que los demás quie­ren que seas, no lo que eres. Por eso todo se vuelve falso, ficti­cio. Mantienes la distancia incluso en la amistad. Permites a los demás que se acerquen sólo hasta un cierto punto. Si alguien se acerca demasiado quizá pueda ver detrás de tu máscara. 0 quizá se dé cuenta de que no es tu cara sino sólo una máscara, y tu cara está detrás. En el mundo que hemos estado viviendo hasta ahora todas las personas han sido mentirosas y falsas. Mi visión del nuevo hombre es la de un rebelde, la de un hombre que está buscando su ser original, su rostro original. Un hombre que está preparado para renunciar a todas las más­caras, todas las pretensiones, todas las hipocresías, y mostrarle al mundo quién es en realidad. No importa que te amen o te cri­tiquen, te respeten, te honren o te difamen, que te coronen o te crucifiquen; porque la mayor bendición que hay en la existencia es ser tú mismo. Aunque te crucifiquen, tú seguirás estando sa­tisfecho e inmensamente complacido. Un hombre de verdad, un hombre sincero, un hombre que conoce el amor y la compasión y que comprende que la gente está ciega, inconsciente, dormida, espiritualmente dormida… Hacen las cosas medio dormidos. Has estado condicionado du­rante tanto tiempo, tantos años, toda tu vida, que deshacerte del condicionamiento también te llevará un tiempo. Te han cargado con toda clase de ideas falsas, mentiras. Te llevará un tiempo re­nunciar a ellas, reconocer que son falsas y ficticias. En realidad, en cuanto te das cuenta de que algo es falso no es difícil renun­ciar a ello. Cuando reconoces lo falso como falso se cae por su propio peso. Basta simplemente con reconocerlo. Se rompe tu conexión, tu identidad. Y cuando desaparece lo falso, aparece lo verdadero con toda su novedad, toda su belleza, porque la since­ridad es belleza, la honestidad es belleza, la autenticidad es be­lleza. Simplemente ser tú mismo es ser bello. Tu conciencia, entendimiento y valentía de que estás deci­dido a encontrarte y tu compromiso con esto disolverá todos los rostros falsos que te han sido adjudicados por los demás. Ellos también son inconscientes (tus padres, tus profesores), no te en­fades con ellos. También son víctimas como tú. Sus padres, los profesores y los sacerdotes han corrompido sus mentes; tus pa­dres y tus profesores te han corrompido a ti. Nunca se te ha ocurrido pensar que fuese incorrecto lo que te enseñaban tus pa­dres (que te quieren), tus profesores o tus sacerdotes. Pero es in­correcto y ha creado un mundo incorrecto. Es totalmente inco­rrecto. Y la prueba se extiende a lo largo de toda la historia: las guerras los crímenes, las violaciones… Millones de personas han sido asesinadas, degolladas y que­madas vivas en nombre de la religión, en nombre de Dios, de la li­bertad, de la democracia, en nombre del comunismo; bellos nom­bres. Pero lo que sucedió al amparo de esos bellos nombres es tan desagradable que un día el hombre mirará a la historia como si fuese la historia de la locura, no la de una humanidad sana. Osho