sábado, 8 de septiembre de 2018

¿QUÉ SON LOS DONES DEL ESPÍRITU?(I)

tomado de: https://concentrarparabienvivir.blogspot.com/p/xi-que-son-los-dones-delespiritu-n-o.html No hay más que un solo espíritu, un solo poder, una sola fuerza en el universo, pero es incontable la diversidad de sus manifestaciones y de sus modos de expresión. Esta fuerza es la que mueve la más ligera brisa, y levanta el agua de los mares, e impulsa a la Tierra en su órbita; y es la misma que hace germinar la semilla y crecer las plantas, y que pinta las flores con matices inimitables, y colora el plumaje de los pájaros y de las aves, y da fuerza a sus alas para volar, y accionar sobre el instinto, o razón inferior, de los animales. La más elevada expresión de esta fuerza la vemos en el hombre, porque en el hombre está concentrada una mayor cantidad de esta fuerza. En más elevados e invisibles órdenes de existencia, esta fuerza está aún concentrada en proporciones inmensamente mayores que en el hombre, siendo, por consiguiente, mucho mayor su poder, del mismo modo que en el hombre lo están mucho más que en los animales inferiores. Es un don del espíritu la fuerza que, al oscurecerse el horizonte de nuestra vida, o al apartarse de nosotros nuestros amigos, o al vernos acosados por los acreedores, o al caer en desgracia nuestros asuntos o negocios, nos mantiene la mente y el corazón en el más tranquilo de los estados, dejándonos tan satisfechos y alegres como cuando todo sonreía alrededor de nosotros. Si poseemos este don especial, o, en otras palabras, si hemos reunido la fuerza necesaria para poder conservar, en medio del mayor de los desastres, un tranquilo estado mental, no dudemos de que reinamos sobre el triunfo y de que el triunfo ha de venir a nosotros; porque la poderosa fuerza de nuestra mente es sentida por otras mu-chas mentalidades, esté nuestro cuerpo dormido o despierto, y manteniendo en ellas el interés por nosotros, de alguna manera habrán de acudir a nuestra ayuda. Si mantenemos el estado mental de la con-fianza y de la resolución, espiritualmente, o sea por medio de invisibles elementos, nos pondremos en relación con otras mentalidades llenas de confianza, de resolución y de actividad. Llegamos así a con-fundirnos con esas mentalidades, pues, al darles una parte de nuestras propias fuerzas, recibimos en cambio una parte de las suyas, y de este modo contribuimos juntamente a la realización del triunfo. La sagacidad en los negocios es un don del espíritu o poder espiritual. Hay ciertos negocios que exigen una cierta facultad de profecía, por medio de la cual se conozca cuándo se ha de comprar, de qué modo se ha de comprar, y cuándo y cómo se habrá de vender. Exigen también el conocimiento de la naturaleza humana hasta el punto de saber descubrir, o mejor dicho: sentir la honradez o la falta de honradez nada más que con un sola mirada. Poseemos, pues, un sentido por el cual descubrimos la naturaleza del espíritu de los demás, y nos dice con toda claridad si ese espíritu es bueno o es malo, del mismo modo que, por medio del sentido físico del tacto, conocemos o descubrimos la diferencia entre una superficie lisa de otra que no lo es. En el mundo de los negocios existe también un poder espiritual que enseña a economizar el tiempo y las energías, pudiendo quien lo posee cumplir en sólo una hora aquello mismo que a otros les exigirá todo un día de trabajo. Son muchos los grandes éxitos comercia-les obtenidos nada más que por la acción de uno de esos poderes del espíritu. El poder espiritual puede ser usado en todos los órdenes de la vida, y en realidad éste es el único poder, en cualquiera de sus manifestaciones, que está en constante acción. Lo que sucede es que puede ser empleado tanto en los planos elevados de la existencia como en los más bajos y ruines. El hombre espiritual no vive en el reino de los sueños, ni en las nubes, ni tiene siempre la cara fosca, ni presenta nunca aires de gran languidez, como si las cosas de este mundo no fuesen dignas de su consideración, o fuesen más bien tristes que alegres. Espiritualidad significa, por el contrario que posee la mayor agudeza de inteligencia, la mayor finura de percepción, la mayor cantidad de fuerza espiritual que pueden estar reunidas en un hombre solo y, además, que se tiene la suficiente sabiduría para hacer de estas fuerzas el empleo más provechoso. Espiritualidad significa que se pese la mayor capacidad de gobierno que es posible en un hombre, sea esta capacidad ejercida en el imperio reducido de una familia o en el imperio vastísimo de una nación. Los dones espirituales, pues, consisten en toda clase de poderes y en toda clase de aptitudes para el empleo útil de estos poderes y de estos talentos. Existe un don espiritual por medio del cual se han hallado las propiedades curativas que poseen las plantas, las raíces y las hierbas. Toda la naturaleza expresada en substancia, substancia que ven nuestros ojos físicos, es al propio tiempo una expresión de fuerza mental; y cada planta posee una peculiar expresión o cualidad de esa fuerza, y, naturalmente, si es aplicada con la necesaria precisión, puede ayudar al espíritu individual a la curación de las enfermedades. Pero todas las cosas visibles son expresiones de las más bajas o relativamente groseras formas del espíritu o de la mente, y por eso tienen también un más limitado poder. De ahí que, cuando aplicamos o suministramos algún remedio material, la mayor garantía de curación no reside en ese remedio, sino en el poder mental, y más aún en la fuerza mental o espiritual que nos es propia y la cual pone al cuerpo fuera del alcance de los ataques de la enfermedad. Vestimos el cuerpo con tejidos de lana o de algodón, haciendo como una aplicación externa de estas substancias, para protegernos contra el frío. Pero yo creo en el poder de la mente para resistir al frío y llegar hasta sentir bienestar llevando encima mucha menos ropa de la que ordinaria-mente se usa. Gradualmente puede nuestro espíritu llegar a alcanzar este poder; pero conviene disminuir la cantidad de ropas con que hemos de abrigarnos en tiempo frío, si antes no hemos acrecido en nosotros o reunido por medio de apropiados ejercicios mentales toda la fuerza espiritual que es menes-ter para poder resistir al frío. Si creo que una medicina determinada ha de contribuir a curar una enfermedad de mi cuerpo, o sea que su peculiar fuerza espiritual se añadirá a mi propia fuerza espiritual para obrar juntamente sobre el cuerpo, será mucho mejor y más eficaz que tomar dicha medicina, fijar mi pensamiento en ella. Por esta misma razón, nunca me precipito a tomar remedios ni estimulante de ninguna clase al primer signo de dolor o de debilidad, sino que recurro en seguida a mis fuerzas menta-les o espirituales, y en muchos casos esto basta al principio y aun para mucho después. El don del pensamiento curativo es también un don espiritual, y es propio de todos los hombres, pues goza de él cada uno de nosotros en más o menos, según que nuestra constante corriente espiritual contenga mayor o menor cantidad de ideas de pureza, de amistad, de vigor, de confianza, de resolución y de amor hacia los demás hombres. Dirigir hacia una persona enferma una corriente espiritual de este orden constituye un elemento de fuerza tan real que tiene poder para devolverle sus energías. Si enviamos a los demás, fuerzas que emanan de una fuente de salud, esto es, de un espíritu sano, es claro que ahuyentaremos la enfermedad, o que, cuando menos, daremos gran consuelo al cuerpo. Nuestro propio pensamiento, ayudado por los pensamientos sanos de los demás, llegará a constituir una substancia real capaz de reconfortar o fortalecer el órgano que esté enfermo o dolorido, abriendo ancho camino por el cual pue-den llegar hasta él los elementos necesarios para lograr su restablecimiento. Todo dolor físico consiste simplemente en una pérdida de elementos vitales que se ha producido en la parte afectada, con lo cual la sangre adquiere el poder de afluir y estancarse allí, a lo que llamamos una inflamación. Pero en la sangre no está la verdadera vida del cuerpo; la sangre no es más que el conductor de los invisibles aunque reales elementos de vida, o sea el espíritu, y, naturalmente, si la sangre se ha empobrecido, pierde el poder que necesita para el traslado de los elementos vitales. De este modo va reuniéndose la sangre en un sitio o lugar determinado, y el esfuerzo del espíritu para hacerla correr se concentra muchas veces de un modo excesivo en este sitio u órgano, lo cual produce un sufrimiento o un dolor; este dolor o este sufrimiento significan que la fuerza invisible, el espíritu, no se halla distribuido con igualdad por todo el cuerpo, sino que reacciona con exceso en cierta parte de él, en cuyo caso alguna otra parte o algún órgano del cuerpo siente la falta de esa fuerza y, por consiguiente, se debilita. La idea de salud puede reavivar y dar nuevas energías a los cuerpos enfermos, y ésta es la razón de que, cuando estamos enfermos, nos parece sentirnos mejor y recibimos una impresión agradable si nos visita una persona querida, de espíritu robusto y lleno de esperanza. Da una persona siempre aquello que tiene, y de ella recibimos y absorbemos mentalmente elementos vitales. Conviene, pues, que las personas y los amigos que rodean el lecho del enfermo, o que se hallen siquiera en la casa del enfermo, intenten al menos ponerse en el estado mental de la esperanza, de la fuerza y del amor, manteniendo también en la mente la idea de que el espíritu de la persona enferma es tan fuerte como conviene a su estado y que la angustia que le causa su dolor es producto tan sólo del esfuerzo que hace el espíritu para volver a la completa posesión de su instrumento, que es el cuerpo, con lo cual le darán elementos de esperanza y de valor, y fortalecerán los elementos vitales que han de ayudar a la curación del cuerpo, habiendo hecho la buena obra de emplear los poderes del espíritu en ayudar a la reconstitución del equilibrio en un cuerpo enfermo. Si en vez de esto, los que rodean el lecho del enfermo están tristes y pesarosos, melancólicos y desesperanzados, arrojan en la lucha espiritual elementos de tristeza y de desaliento, con lo que convierten su acción en nefanda, pues hacen más dura y más difícil aún la lucha del espíritu con los elementos que le son contrarios. Si diez, o veinte, o mil, o cien mil amigos de una persona enferma se muestran desalentados y sin esperanza respecto a su curación, como esa misma persona, estén lejos o cerca de ella, a causa de que alguno ha dicho que la enfermedad es incurable, lo que hacen es aumentar todavía el volumen de las ideas de desesperanza que actúan sobre el espíritu del paciente. Todas esas personas habrán ejercido su poder espiritual en una dirección equivocada. Debe tenerse en cuenta, además que este poder, así para el bien como para el mal, así para la vida como para la muerte, será tanto más poderoso sobre el cuerpo de un enfermo cuanto mayor sea el número de las mentes que proyecten su pensamiento en la dirección de una persona determinada. El don curativo puede y debe ser empleado colectivamente; y si, cuando el cuerpo de algún robusto y provechoso espíritu es atacado por un enfermedad, todas las mentes dirigen hacia esa persona una corriente de ideas de esperanza y de vigor –ideas llenas de la alegría de la vida, no de la tristeza de la muerte, y también llenas del deseo de que ese espíritu entre otra vez en el dominio completo de su cuerpo y que pueda descubrir la causa de la enfermedad que padece para en adelante guardarse de ella, con su acción alargarán mucho más su vida entre los hombres. Esto sería, y es en realidad, la plegaria de la fe, y esta plegaria de la fe salvará al enfermo, esto es: fe en una cierta cualidad de poder que poseen los elementos mentales para dar fuerza y devolver sus energías a un cuerpo decaído o debilitado por una causa cualquiera, y fe en que son un real aunque invisible elemento constructivo. Éste es el poder de Dios, o sea el Infinito Espíritu del bien, que ejerce su acción en nosotros y sobre nosotros, para combatir nuestras enfermedades y las de los demás; y éste es el poder que todos nosotros vamos acumulando en esta y en otras existencias, hasta que podrá mantener nuestros cuerpos en el más perfecto estado de salud, libres de todo dolor, y siempre más y más llenos de vida y de fuerza. Este poder hará nuestra mente tan sana y tan robusta como nuestro cuerpo, libertándola de toda tristeza, de toda oscuridad, de toda desesperanza y de toda otra forma de enferme-dad mental; no otra cosa significa en realidad la frase: “Dios secará las lágrimas de todos los ojos”. El mundo va progresando constantemente en este sentido, y aun la ciencia médica hace cada día menos uso de las drogas, en comparación a los antiguos tiempos, como también cada día va apartándose más y más de la absoluta dependencia de lo material y apoyándose, más o menos inconscientemente, en los invisibles y espirituales elementos de la Naturaleza. No son pocos actualmente los médicos de espíritu superior y fuerte, llenos de energías, de confianza y de resolución, que deben los triunfos alcanzados en su práctica tanto o más a la corriente de ideas de esperanza, de fuerza, de alegría que dirigen hacia el enfermo, que a las medicinas a que apelan. Existen dos clases de doctores o médicos. Unos que alimentan las enfermedades del paciente, otros que alimentan el cuerpo del paciente; unos mantienen viva y en acción la enfermedad, otros mantienen vivo y en plena acción el cuerpo del enfermo; unos mantienen la enfermedad en el cuerpo, otros la arrojan fuera del cuerpo. Unos y otros ejercen la influencia de su especial don espiritual sobre el paciente, pero en forma completamente distinta y con diversos resultados. Otro de los dones espirituales consiste en que, cuando tenemos mentalmente formado un plan o propósito determinado, sepamos mantenernos en él, impidiendo que se nos desvíe ni se ejerza sobre nosotros influencia alguna, ni por la tentación, ni por la burla, ni por el ridículo de los demás. Si tomamos la resolución de hacer en algún concepto, en artes o en negocios comerciales, algo que sea más grande y elevado de cuanto vemos actualmente en torno, el don espiritual de que hablamos nos mantendrá en esta resolución. Aquel que quiera triunfar, mentalmente o imaginativamente debe siempre vivir, moverse, pensar y actuar como si hubiese ya obtenido el ansiado triunfo, o no lo alcanzará jamás. Los verdaderos reyes en el imperio de la mente son aquellos que piensan siempre lo mejor de sí mismos y se tienen en tan grande estima aunque se vean obligados a permanecer temporalmente en lo que el mundo situaciones humildes, como si se hallasen sentados en un trono. Los que acierten a vivir en me-dio de estos sentimientos de la propia estima son los que siempre se tendrán a sí mismos todo el respe-to debido, y éstos son los que, en cualquier circunstancia de la vida en que se hallen, por la fuerza de este don espiritual alcanzarán siempre el punto culminante que de derecho les pertenece. Este resultado se debe a la acción de sus fuerzas mentales puestas al servicio de una firme resolución, más que al empleo de las fuerzas físicas del cuerpo. Las fuerzas físicas han de entrar en acción solamente cuando el espíritu o la clara visión mental han descubierto la cosa, o el camino, o el lugar y tiempo en que o sobre el que dicha fuerza ha de ser empleada, del mismo modo que el carpintero no hace uso de la sierra hasta que ha medido bien y decidido lo que ha de cortar con ella. Si el carpintero se pusiese a aserrar a tontas y a locas, lo echaría todo a perder y no construiría jamás una sola pieza útil, y eso es en realidad lo que hacen millares de personas con su cuerpo. Estas tales ponen toda su fuerza en las cosas más pequeñas, se angustian por lo más insignificante; y cuando se han pasado toda una mañana barriendo hasta el último átomo de polvo de todos los rincones de su cuarto, y han limpiado bien toda clase de objetos que caen bajo sus manos, y se han pasado una hora de ansiedad aguardando una carta que no ha venido, y luego una hora más buscando entre un montón de papeles una carta o una anotación sin importancia alguna, cabe preguntar: ¿qué han logrado, a no ser el haberse angustiado vanamente y malgasta-do por nada su fuerza y su poder espirituales? Hemos de procurar vivir en espíritu lo más intensamente posible, desde el momento que es el espíritu quien guía nuestras relaciones con lo material. Si mentalmente nos rebajamos nosotros mismos ante los méritos de otro hombre, o envidiamos su mejor manera de vivir, o nos anonadan y nos humillan sus pretensiones en cualquier sentido que sea, o sentimos el pecaminoso autodesprecio que nos hace exclamar: “No puedo resistir a tal o cual pensamiento”, lo que hacemos en realidad con esto es poner en nuestro camino la más fuerte y más alta de las barreras. Lo cierto es que el mundo guarda para cada uno de nosotros lo mejor que tiene, y nos dará lo mejor que tiene -no ciertamente las casas, y los carruajes, y los ricos vestidos de otros hombres como nosotros-, sino otros semejantes a aquéllos, pero cuando los hayamos merecido, y cada uno de nosotros los puede igualmente merecer si tiene fe suficiente en la ley espiritual y en la condición mental que nos ha de traer las tales cosas, condición y ley que constituyen la única fuerza que realmente ha de darnos aquello que necesitamos y merecemos. Esta fuerza no puede causarnos ningún agravio ni puede extraviarnos. Antes bien, nos alegrarán todas las cosas de este mundo. Es necesario y altamente beneficioso que todos nuestros gustos estén siempre de conformidad con lo que esta fuerza demanda, Pero hay maneras rectas y manera torcidas de alcanzar las cosas buenas de este mundo; en otras palabras: hay maneras sabias y maneras no sabías de lograr aquello que necesitamos. Injusticia o rectitud son palabras que sirven para decir exactamente lo mismo que ignorancia o falta de sabiduría. No nos echaremos al fondo de un precipicio mientras luce clara en el espacio la luz del sol, pero es muy posible que caigamos en él si andamos en medio de las tinieblas. No cumpliremos un acto, cualquiera que sea, si vemos con la más perfecta claridad que ha de ser en nuestro daño, y tampoco lo haremos si no ha de aprovecharnos en una u otra forma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario